Me gusta leer diarios porque es como asomarse a la intimidad de otra persona sin su permiso y, por supuesto, sin que se dé cuenta. Cuando encontré el Diario de Fernando Pessoa en casa del poeta José Enrique García, no pude evitar mi mala educación y, siendo la persona astuta que siempre critico, pedí que me lo prestaran.
Cedí a mi detestable actitud de husmear en espacios ajenos, enamorarme de cosas que no deberían gustarme y mendigarlas. Pero José Enrique, condescendiente y cortante hasta el límite, me dijo que me lo llevara.
Con el libro en la mano, pude entrar en la vida cotidiana de un poeta al que adoro y que, de alguna manera, siempre asocio con otro gran poeta portugués, Joaquín María Machado de Assisse (uno de los famosos Kinkas Borba). Pessoa es un poeta inclasificable. No es ni un vecino del Romanticismo ni un poeta maldito.
Es un soldado, un defensor de los rosacruces y de los masones, constantemente mirado con recelo y sospecha por todas las sociedades.
La vida cotidiana de un gran poeta debe ser interesante. Pessoa lo demuestra en este diario. Está escrito sin pretensiones, sin pretender ser un gran filósofo o pensador, ni escribir desde la posición privilegiada que da el genio.
Se lee como un libro de notas, pero eso es lo que hace que se sienta sincero y espontáneo. Estoy harto de esta escandalosa teoría moderna y de los filósofos.
Este diario está escrito como un modesto striptease femenino. No hay aspavientos, pero hay seguridad en la coherencia de lo que se dice.
El Pessoa que veo en el diario es un poeta que envía y recibe cartas, visita amigos, habla de editores y se confiesa un gran patriota.
Es el Pessoa que se confiesa amante de las novelas policíacas (lo que creo que describe en cierta medida su amor por los misterios), que no es muy dado a la conversación y que sabiamente la evita en la medida de lo posible.
Hoy, Pessoa habla abiertamente de lo que sufren casi todos los escritores (dificultades económicas), del suicidio y de la locura. Pero, por encima de todo, Pessoa siempre se ha sentido en este mundo como un amante del misterio, un ser cuyas preguntas deben ser respondidas. El misterio triunfa sobre el intelecto, escribe en uno de sus cuadernos.
De vez en cuando habla de un “día perdido”. Habla abiertamente de la masonería y de los rosacruces.
En un sentido general, el libro señala que Pessoa es un hombre sumido en una auténtica angustia, un hombre que sabe que el misterio casi siempre le envuelve y, en definitiva, le abruma, un hombre que sabe que por mucho que se esfuerce, siempre menguará y será derrotado de ese estado extático, más que es revelador.
Su espíritu humilde frente a la oscura y enorme competencia del universo se hace patente cuando confiesa que ninguna de sus obras fue creada pensando en la grandeza. Oh, qué maravilloso ejemplo para aquellos que, una vez con el trasero sobre el mullido asiento, bolígrafo u ordenador en mano, piensan con cansina certeza que eso es todo lo que es la genialidad.
Salí de casa a eso de las seis y media, recibí una nota de Álvaro Pinto, 21 de marzo, último día festivo del año.
Nunca olvidaré un pasaje de un poema de Pessoa que leí hace más de 40 años. Al fin y al cabo, estos diarios me demostraron que, al otro lado del genio, hay gente corriente que se interroga cada día sobre los misterios de la vida y sigue tomando notas. ……
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