Debemos escuchar los susurros de la calle. El alto coste de la vida perjudica a todos los dominicanos. Cuando tienen que comprar comida, el salario mínimo desaparece. Debemos encontrar una solución a esta situación.
Estamos en el filo de la navaja. Hay un sector público que es indiferente a los precios asfixiantemente altos, y hay un grupo popular que sale a la calle como un reguero de pólvora.
Hay que encontrar un término medio. Ni la indiferencia ni la radicalización resolverán el problema. Debemos estar unidos. El diálogo nunca funcionará en este país. Pero debemos seguir insistiendo en que la acción unida es el único camino hacia la paz.
Los oídos que escuchan los murmullos en las calles deben estar igualmente disponibles para los funcionarios y para los portavoces de los grupos de masas. Apartarse del sentir de la mayoría es un error imperdonable.
La protesta es un recurso constitucional y está protegida en la esfera de los derechos humanos de todos los ciudadanos. Las protestas sólo son inaceptables si recurren a medios violentos o intentan obligar a otros a apoyar una acción que fundamentalmente rechazan.
Sin embargo, debido a la fragilidad del sistema dominicano, se producen huelgas, a veces sin éxito y a veces con éxito, pero desaparecen semana tras semana. Las organizaciones populares carecen de mecanismos para hacer un seguimiento diario de las huelgas. Además, el conflicto permanente cierra la puerta al diálogo.
El gobierno debe adoptar una postura firme de que no tolerará el tipo de especulación violenta que hace subir diariamente el precio de los alimentos básicos. Si la gente no es consciente de esta situación, puede ir a la tienda de comestibles o al supermercado.
Deberían tener una lista de alimentos básicos que podrían ir en una cesta básica. No antojitos, sino cualquier cosa que coman los dominicanos, arroz, frijoles, carne, especialmente pollo, sardinas, pan y cualquier otra cosa.
Las amas de casa deben organizarse para ser la primera línea de defensa en el control de la usura en sus barrios. Sin instituciones primarias fuertes, como los clubes culturales y deportivos, los sindicatos y el sector popular, será difícil controlar la anarquía de precios.
Las tiendas de comestibles de las esquinas son la primera etapa de una encuesta popular. Por allí pasan amas de casa, hombres de negocios, estudiantes y profesionales frioleros. Si no se escucha el tranquilo bullicio de la calle, los susurros pueden adquirir la fuerza de un grito incontrolable. Por desgracia, se ha acabado la tinta.
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