En una rueda de prensa en la que detalló un concierto que ofrecerá el 21 de octubre en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, el cantante mexicano Emmanuel dijo que su carácter se formó a temprana edad por la influencia de su madre y su abuela.
El nombre completo del artista es Jesús Emmanuel Arturo Acha Martinez. Los nombres Hessus y Emmanuel fueron elegidos por su madre y su abuela, respectivamente, por su profunda devoción al cristianismo.
En hebreo, Jesús significa Dios salva, Salvador, y Emmanuel significa Dios con nosotros.
La costumbre de poner nombres bíblicos a los niños sigue muy arraigada. Mis padres decidieron llamarme Juan, con la palabra hebrea “Johanan”, que significa Dios ha mostrado gracia.
Pero además de la revelación sobre el origen de su nombre, el cantante Emmanuel reflexionó en aquella entrevista que, cuando crecemos, venimos al mundo de los brazos de nuestros padres, pero la semilla está sembrada.
Como Emanuel, estamos influidos por nuestros padres y tenemos nombres que son producto de sus decisiones. Y nos tomamos a pecho las decisiones de esos padres, las aprobamos, las negamos e incluso las ocultamos con abreviaturas si las consideramos indeseables, feas u ofensivas.
Pero más allá del nombre de pila, la especie de la que hablaba Emmanuel debería ser una verdadera marca registrada que represente lo mejor de todos los alumnos cuando levantan la mano al pasar lista o anuncian su asistencia a la escuela.
Escuché dos episodios que describen la siembra de la infertilidad en el sistema educativo dominicano y que terminaron con resultados tan desalentadores.
Mi colega y querido amigo Felipe Ciprián me contó que iba conduciendo por la Plaza de la Cultura de la capital cuando llegó a la confluencia del Museo de Historia Natural y la Biblioteca Nacional y se fijó en un grupo de estudiantes. Uno de ellos le gritó insistentemente: “¡Cuidado, cuidado!”, obligándole a detenerse bruscamente, pensando que podría atropellar a alguno de los estudiantes.
Cuando el chico consiguió que el cipriano se detuviera bruscamente, se echó a reír y sus compañeros se unieron a la risa. Esta broma de mal gusto muestra el nivel de falta de respeto que se lleva a las aulas, incluso hacia los profesores y otras autoridades educativas.
Otro episodio me lo contó una joven amiga que regenta un centro de manicura. Una clienta acudió para que le hicieran las uñas a su hija de 10 años, y la dueña me confesó que tuvo que soportar con resentimiento la actitud irreverente de la hija hacia sus padres.
Esta falta de respeto en el hogar, reflejada tanto en los centros educativos públicos como privados, salvo excepciones, no se resume en las recurrentes discusiones sobre si las generaciones son de hierro o de cristal, antes y después.
Otro periodista, Ramón Almansar, en un reciente comentario sobre el tema, lamenta que los sociólogos no hayan analizado de manera distintiva y profunda el alarmante rumbo del sistema educativo dominicano.
Y, según dice, hacen falta más lecturas analíticas que arrojen luz sobre los nuevos paradigmas morales y sociales de una nueva generación que creció al amparo de las anteriores, pero que se caracteriza por una realidad socioeconómica y política diferente, especialmente la era digital que lo ha cambiado todo. La principal razón por la que la República Dominicana se ha hundido en los últimos puestos de la lista de países latinoamericanos son los evidentes retrasos en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Aunque lo más fácil es atribuir toda la responsabilidad de estos desalentadores resultados al Gobierno, a los profesores y a los alumnos (independientemente del nivel), la educación familiar sigue siendo un punto neurálgico en el que debemos centrarnos, aunque aún suene a muletilla.
Y podemos hacer cambios en casa que acaben repercutiendo en la escuela, haciendo hincapié en los dos valores esenciales del respeto y la disciplina, estrechamente ligados a la calidad de la enseñanza, que está en franca decadencia.
En la entrevista citada al principio de este artículo, el cantante Emmanuel confesaba que su compromiso con la protección del medio ambiente surgió de las semillas que sembraron en él su madre y su abuela.
A través de esta organización, había conseguido que niños mexicanos participaran en la plantación de miles de árboles, y afirmaba que plantar árboles y que los niños lo hicieran en las escuelas era muy significativo, ya que les inculcaba el compromiso de cuidar la tierra y amar la naturaleza.
Desconoció el nombre de la alumna que se portó mal con Felipe Cipriano en la Plaza de la Cultura, ni el de la niña que le faltó al respeto a su madre en el centro de uñas.
Jesús Emmanuel Arturo Acha Martínez ahora es conocido simplemente como Emmanuel.
No sólo dejemos nuestros nombres como legado a nuestros hijos, también sembremos valores en casa para que después puedan disfrutar de los frutos de estos valores en la escuela.
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