La persona que penetra la realidad con la aparición de Juan Francisco Toro de Juanas es claramente un artista inusual. De ello estamos convencidos cuando contemplamos paisajes cuidadosamente elaborados, naturalezas muertas realistas, retratos llenos de biografías profundas. Pinceladas firmes y densas, colores suaves y claros, texturas armoniosas y equilibradas: Toro da vida a los bodegones y alma a los seres vivos.
En esta obra hay un discurso especial, ajeno a cualquier ideología, a cualquier doctrina sucia. Sin un ápice de ambigüedad, sin un ápice de incertidumbre, Toro representa la poesía escondida en los árboles, en el agua, en los objetos de la cocina, en los cuerpos desnudos, en los rostros. Pocas veces un universo ha sido tan pacífico y justo.
El artista sigue el lema de Novalis: Traer dignidad a la vida cotidiana de lo desconocido. Nos da la impresión de que Toro pinta cuando la naturaleza sueña. La obra de Toro impresiona por su realismo.
Pero lo suyo no es la vulgaridad fotográfica que muchos artistas utilizan restando importancia a lo imaginado. Es un realismo vívido y poderoso en el que todos los objetos que toca están bañados. Sus pinturas no sólo captan la realidad sino que también la transforman.
El objetivo del realismo no es la belleza sino la verdad. Extrae la esencia de las cosas, dándoles una nueva realidad mágica y vívida. Poner un cuerpo, un rostro, una expresión, unos ojos en un lienzo es, sin duda, un trabajo difícil.
Sus obras parecen muy realistas a primera vista, porque reconocen las imágenes y los lugares. Sin embargo, hay un ambiente especial, una carga emocional que los convierte en más fantasía que realidad. El campo es el tema principal de esta exposición de Toro de Juanas.
La pintura al aire libre es un gran logro del arte moderno. Pintar la danza silenciosa del campo es dejarse guiar por los matices y la luz. La mente del artista regula el orden innato de las cosas.
Si la poesía llega a la filosofía moral, la pintura profundiza en la filosofía natural. Como Picabia, siempre buscó expresar lo que no estaba. Es un extraño tipo de expresionismo, pero en lugar de seguir la forma, sigue la luz.
Parecen piezas reales sacadas de contexto, por lo que son realmente geniales. No hace falta inventar nada, dice Ortega y Gasset. Todo está ahí; Estos son el lienzo, la paleta y los pinceles.
Se trata de poner cosas existentes en el lienzo aquí. Sin embargo, las instrucciones no son tan sencillas. El realismo, como estilo, refleja el contexto histórico sin añadir esencias míticas, religiosas o alegóricas.
Su fidelidad al detalle lo distingue de la glorificación romántica idealizada, mientras que su enfoque en las características subyacentes de los personajes y situaciones lo distingue de la reflexión modernista real en un sentido naturalista o fotográfico. El maestro Tomás López Ramos declaró que Juan Francisco Toro de Juanas es el mayor retratista de nuestro tiempo. Es cierto: los personajes representados por Toro -el retratista del rey Juan Carlos I, la reina Sofía, Camilo José Cela- resaltan, como ningún otro, el tono psicológico, el tiempo íntimo, la profundidad de las emociones del modelo.
Al pintar un retrato, Toro capta rostros y respiraciones, gestos y almas. Esta técnica es perfecta. De la mano de los grandes pintores de la historia -Rubens, Durero, Murillo, Velázquez, Caravaggio-; Con el firme apoyo de Sorolla, Toro también demostró en esta exposición su refinado espíritu académico.
Arte asociado al tiempo y, al mismo tiempo, inconsciente del futuro, su obra nos enseña muchas cosas. La paleta de Toro de Juanas redescubre el espectáculo de nuestra propia naturaleza, de nuestros objetos, de nuestros rostros característicos. No sólo exhibe los colores verdes y claros de los pradals criollos; También revela -como lo hicieron Gausachs y Vela Zanetti- la brillantez revelada de nuestra naturaleza.
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