CIUDAD DE MÉXICO (APRO) – Su rostro recuerda al de la desaparecida Irene Papas, legendaria actriz de belleza mediterránea y rasgos fuertes y exigentes que estuvo en todas partes, desde Grecia hasta Hollywood. Ahora es Lina Siciliano, una intérprete no profesional de Calabria.
Francesco Costabile la descubrió y la seleccionó para protagonizar su primer largometraje, Una Femmina, il codice di silenzio (2022, Italia). La película dramatiza y sintetiza el libro del periodista Lilio Abate, una investigación sobre los testimonios de mujeres víctimas de la llamada organización calabresa Ndrangheta.
En realidad, las fronteras se traspasan, pero en lo que respecta a la mafia italiana, hay que distinguir entre la Cosa Nostra, especializada en negocios comerciales y prostitución, la Camorra napolitana, asociada al contrabando, y la menos conocida Ndraghetta, relacionada con la cocaína.
En la niebla, Rosa (Lina Siciliano) recuerda poco a su madre, que supuestamente se suicidó. Vive con su abuela y su tío Salvatore (Fabrizio Ferracane), cabeza de familia y jefe de la Ndragheta. Se convierte en mujer y, quizá por ello, insiste en recuperar la imagen real de sus antepasados, cuyos sueños claman venganza. Pero en la familia, y en esta comunidad (una tribu que es una extensión del núcleo familiar en esta cerrada región calabresa), está arraigada en una incuestionable tradición patriarcal, y buscarla es un imperdonable acto de traición. A medida que los recuerdos se hacen más nítidos, la visión que Rosa tiene de todo lo que la rodea cambia. Por ejemplo, ¿qué ocurre la noche en que los hombres se reúnen para excluir a las mujeres?
Si el desgarro del velo sobre la realidad plantea interrogantes sobre la violencia masculina, y si el sometimiento impuesto a las mujeres supone enfrentarse a su propia complicidad, una forma de matriarcado que mantiene y legitima el poder masculino, la abuela de Rosa, defensora radical de la tradición, es la guardiana del sistema. Al igual que las mujeres de su entorno que aparentemente mantienen estoicamente el patriarcado, la misión de Rosa es persuadir, hablar y actuar en nombre de todos. Uno de los puntos fuertes de la condensación que hace Costabile de las experiencias de varias mujeres en una heroína es que expone las complejidades psicológicas y primordiales del compromiso de las mujeres con el orden patriarcal.
En la tragedia y la mitología griegas, la familia es el nido y la raíz de un mal fundamental: la iniquidad, arraigada en la tierra manchada de sangre y perpetuada durante generaciones. La atmósfera del pueblo, de la casa y de la familia es asfixiante. Sombras, claroscuros, escenas (la mayoría en interiores, casi siempre de noche), negros y ocres simulan el velo negro que pesa sobre las mujeres. Rosa es la nueva Elektra, una fuerza femenina que encarna el derrumbe y el peso de tradiciones que ya no tienen sentido.
En el cine, no es fácil acercarse a la mitología sin caer en la pretensión o el artificio. Francesco Costabile lo consiguió, quizá porque él mismo era de la región y tenía una profunda empatía con las mujeres. Su estética, Elektra in Cacoyannis, protagonizada por Irene Papas, se rodó en 1962.
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