La evaluación de Jorge Serra fue desagradable. El director del Centro de Investigaciones Juan Montalvo, sociólogo, jesuita y hombre cercano a las necesidades de la población, hizo un duro balance del gobierno 2000-2004. En aquel momento, la premisa del establecimiento no era la lucha contra la corrupción, sino la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la construcción de una sociedad diferente. Ninguno de los protagonistas profesaba ser la encarnación de la integridad.
A los dos años de régimen, una opinión sorprendió al grupo, que había apostado por la complacencia. Los Camaleones Eternos creyeron que las críticas anteriores del padre Serra se convertirían en elogios al gobierno encabezado por el presidente Hipólito Mejía. El padre Serra denunció la política social y la calificó de electoral, ya que la gestión de la “Nueva Vía” era “más de lo mismo”.
La construcción continúa.
‘Pero necesitamos algo nuevo en política social. No basta con la cantidad, necesitamos calidad. Siempre es lo mismo, no ha cambiado. Algunos funcionarios hacen las cosas de otra manera, pero en general la política social se considera asistencial. Este Gobierno ha invertido fondos de política social en todo el país para atender las demandas de mucha gente, pero no han cambiado de rumbo. Responden a necesidades inmediatas y sigue siendo una política electoralista.
Sigue habiendo dirigentes que no quieren un plato de lentejas o un vaso de vino para comprar silencio. Los medios de comunicación recogían quejas y valoraciones, y el intercambio de opiniones iba más allá de repetir eslóganes del momento para evitar la exclusión. Ahora hay poca disidencia, y se imponen la retórica, la coacción y el alarde ético. Los protagonistas, que han recibido una escolarización difusa, evalúan una serie de juicios grotescos según los guiones de sus jefes. Las leyes son inútiles y la convención sustituye a la escritura. Las organizaciones de la sociedad civil, otrora vigilantes electorales, ofrecen apoyo y asesoramiento. Buscan y se les da.
Lo ocurrido en el reciente proceso de los partidos políticos para seleccionar a los candidatos que concurrirán a las elecciones de 2024 revela la basura que el discurso trata de ocultar. Fariseísmo sin reservas, alharacas. Alianzas, razones y sinrazones determinan la composición de las futuras papeletas electorales. Los partidos públicos prevalecen porque ofrecen más y no tienen tiempo que esperar. Personas apartadas del disfrute del erario resurgen de forma sorprendente, gracias a métodos dudosos. El favor de los conciudadanos compensa el descontento y asegura votos. La presunción de inocencia se justifica y los errores corregibles les permiten competir, con la ayuda de acusadores tan atrapados como vocingleros. Los saltadores son aclamados como héroes. La Ley Orgánica 20-23 del régimen electoral mantiene la definición de transfuguismo, pero deroga la de tránsfuga (que impone esta condición a quienes han traicionado a sus compañeros de partido para cerrar acuerdos con otras fuerzas políticas). En esta época electoral acrítica, la conciencia cívica se ha transformado en supervisión condescendiente. Es “más de lo mismo”, pero peor, por el silencio y los sermones mentirosos.
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