La República Dominicana no ha podido disfrutar hasta ahora de una democracia potable y funcional. La transición del caos al caudillismo ha marcado negativamente a la República Dominicana, dejando la impronta de una sociedad anárquica e incontrolable.
Este tipo de caudillismo surgió en el siglo XIX como una práctica que abarcaba a los países latinoamericanos. En el caso de la República Dominicana, el primer caudillista y dictador fue Pedro Santana. Lamentablemente, incluso después de Santana, hemos arrastrado este modelo de gobierno por acción unilateral. No hay preocupación por el destino de los habitantes, no hay enfoque en proyectos de Estado que nos lleven de una era de comunalidad y mediocridad a una era más adecuada a las riquezas naturales que ya tenemos.
Desde Pedro Santana hasta nuestros días, hemos sufrido y experimentado dictaduras de traición y derramamiento de sangre, dejándonos una cultura de desconfianza y desafío. Podemos ver la proliferación de partidos políticos y el comportamiento antidemocrático de partidos políticos y corporaciones supuestamente nacidas para encarnar la democracia y las esperanzas del pueblo dominicano.
Fue la época del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, que duró desde 1930 hasta su ejecución el 30 de mayo de 1961. Trujillo fue primero un militar y luego un político que quería un gobierno permanente y unilateral. Como dijo el sociólogo Max Weber, “las ideas tienen consecuencias”: se sembraron, nos formaron, nos hirieron, nos moldearon. Fueron Santana, Trujillo, Balaguer y …… No sé cómo describirlo, pero también los partidos políticos que aparecieron con el agua bendita de la democracia.
Todo es un montaje, una trampa, un pozo oscuro que desvanece los sueños y los convierte en polvo y cenizas.
Un amigo me ha enviado un vídeo del merengue de los Kenton. Este merengue capta las emociones del pueblo y las acciones de la mayoría. Para aumentar la calamidad, ahora somos testigos de muchas alianzas que intentan deponer al gobierno. ¿Y saben qué? Somos una sociedad cordialista.
Una sociedad democrática considera y acepta que su orden social lo construyen todas las personas. Una sociedad democrática entiende que su orden social lo construyen todas las personas y reconoce a sus ciudadanos como fuente y creadores de ese orden. Las sociedades democráticas reconocen que los ciudadanos pueden cambiar el orden social.
En conclusión, una democracia funcional depende de nosotros, los ciudadanos, y no debe permitir que los partidos con una estructura corporativa marquen el ritmo de nuestro destino.
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